Por si no lo tenemos claro, nuestro diccionario define “moderno” como “lo que en cualquier tiempo es considerado contrapuesto a lo clásico”.
Hoy en día parece que con una sola palabra no vale para definir algo y hay que recurrir al refuerzo del doble adjetivo. Hay que ser “minimal-chic”, “hipster-moderno”, “nórdico-clásico” etc, pero para ser “moderno-moderno” (el summum de moderno) hay que tener una actitud global y distinta de la vida; pues bien, hoy queremos hablar de dos “modernos-modernos” aunque sean de distintas época.
Dos ejemplos:
La casa estudio de Frida Kahlo y Diego Rivera. (Ciudad de México)
El complejo está formado por dos edificios donde cada uno disponía de una vivienda y de un estudio donde poder crear. Cada casa es totalmente independiente de la otra, pero a la vez estaban unidas por un puente en la azotea.
No sólo su arquitecto Juan O’Gorman inspirado por Le Corbusier fue pionero en la forma de construir estos edificios (siempre en búsqueda de la luz), si no que los dos artistas también fueron revolucionarios en la forma de vivirlos.
El primero, el arquitecto fue “moderno” por adecuar el proyecto a lo que iba a suceder en esa casa y también por su forma de ejecutar. Estas casas fueron realizadas con el mínimo coste posible, tanto económico como de tiempo de trabajo. Todo un pionero para aquél tiempo en que México era absolutamente tradicional.
Frida Kahlo y Diego Rivera fueron “modernos-modernos” por aceptar y vivir una relación profesional y sentimental tan abierta (y tormentosa) que revolucionó el pensamiento del momento (no olvidemos que hablamos de los años 30 del pasado siglo).
Rem Koolhaas – Casa en Burdeos
Este caso, parece mentira, pero la modernidad viene dada por la necesidad del cliente. Tras un accidente de coche, el promotor de este proyecto queda de por vida atado a una vida sin movilidad, en una silla de ruedas. El encargo está claro: la casa ha de ser su mundo, un mundo completo y esto incluye a su familia. Se deben cumplir unos requisitos funcionales, físicos y psicológicos de modo que pueda convivir la familia al completo.
Lo lógico, o mejor dicho, lo habitual hubiera sido hacer una casa en una sola planta sin ningún tipo de obstáculos, y con todos los requisitos de accesibilidad estudiados a conciencia. Rem Koolhaas, desafiando a lo habitual, proyecta una vivienda vertical en tres plantas unidas por un eje central que no es más que una plataforma-estudio sin paredes que se desliza a modo de ascensor por las tres plantas de la casa.
Las plantas baja y tercera son las más opacas, siendo las zonas privadas de la familia, pero la planta calle, totalmente acristalada, comunica a través de la apertura de las ventanas correderas al jardín, proporcionando una continuidad entre interior y exterior, creando así esa ansiada sensación de libertad.
Esta casa, ha pasado a la historia como uno de los hitos arquitectónicos de finales del siglo XX.